Me enamoré de una voz en la Polloneta. La hostia que me llevé es tu mejor lección de fotografía
- Miguelitor

- 25 ago
- 3 Min. de lectura

Año 99. Yo era un puto repartidor de pollos. Mi vida olía a hígado de ave. La única puta ventana al mundo era la radio de la furgoneta.
La Polloneta.
Y en esa radio, había una voz. No una locutora. Una puta sirena. Una voz de terciopelo que envolvía las payasadas de un programa mañanero de Cadena 100 y las convertía en algo importante. Mientras el mundo apestaba a cadáver gallináceo, mi cabeza olía a ella.
Me enamoré, joder. Como un puto adolescente.
Un día, lanzaron un concurso de mierda. Una pregunta tan fácil que dolía. Y la gente llamaba para estrellarse. Para quedar como auténticos analfabetos en directo. Y yo, al volante, gritándole la respuesta al parabrisas, sintiendo la puta rabia en el cuello y la peor de las vergüenzas. La vergüenza ajena.
Llegué al frío almacén de pollos. El programa acababa de terminar. Pero llamé igual.
Y descolgó.
Ella. La voz.
Sin música, sin efectos, sin prisas de programas de mierda.
Pura. Directa a mi puto oído.
Le solté la respuesta, aunque lo que yo quería era jugar a ser un Casanova por teléfono. Pos claro.
Se rió.
Le hice gracia.
Hablamos. Ella ya había terminado el programa y mis pollos iban a esperar. Por mis cojones que esperaban.
Y en ese puto rato, mi enamoramiento se convirtió en una puta misión suicida. Y es que tengo el corazón de mantequilla. Si me prestas un poco de atención, ya me imagino una vida contigo, con perro y los nombres de los tres hijos.
Llamé a mi amigo Martín. Llámale Martínez.
El Puto Lobo de Pulp Fiction. Martínez tiene más huevos que un torero enfarlopao. Es valiente, zorro, simpático y espabilao.
Le conté la historia. Sus ojos brillaron.
Soluciona problemas.
Dijo: Vamos a por ella.
Y lo hicimos. Con dos cojones.
Creó tarjetas falsas de "Estudiantes de Sociología de la Complutense".
Un cuestionario absurdo.
Y nos plantamos en la puerta de la radio. Cadena Cope.
Dos tíos con dos pelotas: uno enamorado y el otro con ganas de jaleo.
Fui yo quien le contó la milonga al de seguridad.
Nos miraba como si no nos creyera. Incrédulo guardián, hijo de puta.
Pero insistimos con la fe ciega de los idiotas hasta que, por puro agotamiento, llamó.
Nos vería. Pero no en la radio. Motivos de seguridad.
En una cafetería al lado.
Toma ya. El cielo estaba más cerca. El primer hijo se llamaría Martín, le dije, pero le diríamos Martínez.
Ahí estábamos,
con un café con leche, risa tonta y el corazón a ritmo de guerra.
Hasta que apareció.
Y el mundo se hizo añicos. La magia fue brutalmente asesinada delante de mis ojos.
No era ella. Bueno, claro que era ella, pero no lo era. La sinfonía de su voz no encajaba con el ruido que veían mis ojos.
La tarjeta de sociólogo me quemaba el pecho. Y mientras yo me desmoronaba por dentro, Martínez cogió el timón. Él hacía las preguntas. Él mantenía la puta farsa a flote. Yo solo asentía. Improvisaba. Sonreía. No es que estuviera desganado.
Estaba de luto.
Terminamos. Nos fuimos. Martínez se reía mientras me increpaba por no haberle echado un capote. Yo pagué los cafés. 60 duros. Barato para todo lo que aprendí ese día.
Aprendí que las fantasías son el enemigo. Son la puta droga más peligrosa que existe. Te mantienen caliente, sí, pero te mantienen quieto. Te impiden vivir.
La victoria no era conseguir a la chica de la radio. La puta victoria fue subirse a La Polloneta con Martínez. Fue fabricar las tarjetas falsas. Fue tener los cojones de plantarse allí y enfrentarte al segurata, a la situación.
Y toda esta experiencia también me hizo mejor fotógrafo, ya que la foto nunca es la que vas a buscar, sino la que vas a encontrar.
Gracias a la locutora por su simpatía y colaboración. Muy maja ella, de verdad. Qué ilusión le hizo que la escucharan en la Universidad Complutense los estudiantes de cuarto de Sociología.
Martínez, esto va por ti.
Por ser el director de orquesta de esta y otras tantas. Por tener los cojones que a mí me faltaban. Brindo por ti, cabrón. Hoy, mañana y siempre. Eres un puto maestro.
Eres el Lobo, el que soluciona problemas.







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