El evangelio según La Dinarama
- Miguelitor

- 1 sept
- 3 Min. de lectura

Estaba metidita en kilos.
Piercing en la lengua. Otro en la ceja. Un colgante en el ombligo.
Vestía con esas chupas-corpiños de plástico y charol.
La llamaban La Dinarama.
Yo creo que era por no atreverse a llamarla Alaska.
Parecía la puta Reina de los Despojos.
La Emperatriz de los Bares de Mala Suerte.
La conocí en Cáceres.
En un bar al que iba todas las noches a preguntarme qué cojones hacía yo con mi existencia.
El Bar Sócrates.
Como el filósofo. Con dos cojones.
Pintado a brocha. Azul desconchado.
Los posters no decoraban, lo hacían más feo.
Me gustaba por hortera.
La puta Academia de Atenas para los desheredados.
Un refugio.
Un templo para los que no encajamos en ningún otro puto lado.
Allí se bebía cerveza en litro y chupitos de vino de pitarra.
Se fumaba lo que te salía de los cojones.
De lo bueno.
De lo caro.
De lo ilegal.
Y se jugaba al futbolín o a los chinos.
Me molaba mazo.
La Dinarama aparentaba diez años más que yo.
Vete tú a saber.
Estaba divorciada. Fumaba porros. Bebía cerveza.
En litro.
Tenía la voz de desayunar Ducados, pero vivencias de Julio Verne.
Sabía idiomas.
Había vivido por Europa.
La repulsión que te daba su voz se convertía en pura atracción cuando hablaba.
Era el flautista de Hamelin.
Y todas las ratas, la seguíamos.
Yo, el primero.
Un puto diccionario andante.
No solo hablaba bien. Sabía de lo que hablaba.
Y hablando del verbo saber...
joder,
saber, sabía saber.
Yo estaba solo en tierras extremeñas.
Y cada día me gustaba más hablar con ella.
Iba todos los putos días al Bar Sócrates.
A filosofar.
Le contaba mis penas.
Mis alegrías.
Mis mentiras.
Mis exageraciones.
Nos fumábamos unos cacharros.
Y compartíamos vasos de litros de cerveza.
Compartir un mini de cerveza.
El puto juramento de sangre de los parias.
Con quien lo haces, es tu amigo para siempre.
Le pregunté un día por qué "La Dinarama".
Me dijo que nunca me lo diría.
Yo creo que era su armadura.
Una forma de ser conocida,
pero anónima a la vez.
Nunca dijo de dónde era.
"Del mundo", solía decir.
"No me preguntes vidas personales", me dijo un día. Claramente.
Lo entendí.
Ella tampoco preguntaba.
Era la puta reina de la conversación.
Un día fuimos a su casa. Me invitó a cenar.
No es que quisiera sorprenderme.
Había pan, salchichón, aceitunas y un porrón de vino.
Puto banquete.
Pero me sorprendió.
No por las delicias del ibérico y el vino.
Sino por la puta delicia de escuchar a quien tanto sabe aportar.
Con aroma a incienso, velas y de fondo, sonaba un saxofón.
Entonces, me enseñó fotos.
Muchas.
Fotos que no supe entender.
Capturadas al azar.
Y en el reverso: el lugar, la fecha y la hora.
Había decenas.
Calle Del Girasol, Gijón, 12 de marzo de 1993, a las 19:03.
Me aburría viéndolas.
No porque fueran aburridas.
Sino porque el aburrido era yo.
Le pregunté por qué hacía fotos al azar, pero ponía tanto énfasis en el lugar, la fecha y la hora.
Me dijo que era su proyecto. Para ella.
Que tenía una idea muy clara, quizá no la consiguiese nunca.
No era nada más que hacer una puta foto en cada minuto del día.
Estuviese donde estuviese.
Pero sin prisas.
"Si el día tiene 1440 minutos", dijo, "tendré que conseguir 1440 fotos. Pero no me lo tomo en serio. No tengo prisa. Pero sí amor a la fotografía".
Creo que parte de mi amor a la fotografía es gracias a La Dinarama.
Yo dejé Cáceres y no la volví a ver.
Pero si algún día la vuelvo a ver, no te quepa la menor duda...
...que aunque ya no beba birra ni fume verdes cigarros...
...voy a darme un chute de cultura con una mujer.
De la cabeza a los pies.







Comentarios