El día que me fui a plantar cuernos y encontré mi libertad.
- Miguelitor

- 2 sept
- 2 Min. de lectura

Lo mejor que he hecho en mi vida fue mover el culo,
salir del cuarto donde mi madre me hacía la cama
y perderme en el mundo.
Perderme para encontrarme,
o para seguir perdido. Qué más da.
Viajar, andar, ver, vivir en otros lugares,
conocer a otras gentes...
quemar el mapa del barrio.
Empezó a los dieciocho.
Llorando, como empiezan las historias felices.
Ceuta, mili e hijoputadas de mandos cuyo trabajo era tocarse las pelotas y tocárselas a los quintos.
Ahora sí que me iban a tocar los cojones.
¡Qué les den por culo!
Volví más duro,
con ganas de pelea,
pero no mejor.
Me enfrenté a un montón de cabrones,
de abusones
y cabezas de chorlito,
y al final aprendí que el verdadero infierno, para mí,
era quedarme en el pueblo.
Tenía un plan: Irlanda.
Beber Guinness,
hablar inglés
y bailar con pelirrojas.
Pero mi padre me guardaba una broma pesada:
partir pollos.
Así que ahí me quedé atrapado,
delantal ensangrentado, plumas en el alma
y un billete que nunca había comprado.
24 años y las pelotas hinchadas de tanto pollo y tanta polla,
tanto pueblo y tanta mierda,
le dije al viejo que me piraba.
A Inglaterra.
Birras, inglés, pero no pelirrojas: ya estaba ennoviado.
11 de septiembre de 2001,
el día que nunca se debió coger ningún avión.
Acabé en un almacén,
con tomates podridos
y turnos eternos,
como si el reloj girara al revés.
Aun así, no me quejo.
Perseguí mis sueños,
y al final,
darle una patada al miedo
es también marcar un gol.
El pecado no fue volver, fue hacerle caso a ella.
Cuando hay inseguridades es mejor volar solo,
pero volé acompañado y creía que enamorado.
Yo acabé repartiendo neumáticos y ella...
a lo suyo, que nunca fue lo mío.
Cuatro meses con ruedas
en un infierno de goma:
Iveco abollada, ruedas, prisas y salario irrisorio.
Dos meses más de noviazgo.
Luego me fui a plantar cuernos en el bosque de las infidelidades.
El titular de periódico decía: ‘Animador para Mallorca’.
No sabía qué vendían, pero me sonó a salvavidas.
Iban a dar por culo a las ruedas y al bosque que ya había regado.
En el casting pedían que fueras salao, deportista y dijeras cuatro payasadas en inglés.
Les di diez minutos de mi mejor repertorio.
Mi inglés más bien regular, de caradura bilingüe.
Me lo llevé de calle.
Con dos cojones y un billete a Palma.
Mallorca me gustó.
Menorca me enamoró.
Verano sin camiseta, Renault 5 y británicas de copiloto.
¡Ríete de la vida!
A lo Calamaro:
Brindo por las mujeres que derrochan simpatía.
Y después de eso... no pude parar.
La costa con Budweiser.
Cáceres con traje de banquero.
Lanzarote con peluca de payaso.
Hong Kong, con aires de fotógrafo.
La lección: la gente es buena,
salvo los gilipollas, que están por todas partes,
como las canciones tristes.
Viajar te salva y te destroza.
Te enseña que los mapas de verdad
no están en ningún papel,
sino en los putos pasos que das,
aunque no sepas a dónde vas.
Después de tanto viajecito,
de tanto lugar,
de tantas lágrimas,
gente, fiesta, canutos, noches...
un día lo entendí.
Cámara en mano,
no para hacer fotos,
sino para mostrarle al mundo
todo lo que jamás verá.
Todo lo que yo vi.







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