Mi puta mili: o cómo aprendí a vigilar un continente con una escoba
- Miguelitor
- 17 ago
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 20 ago

Si en la entrada de hace unos días te decía que soy el tío más guapo que conozco, que sepas que exageraba.
Siempre he sido un exagerao
A la vista está en la foto. Tengo cara de melón.
O quizá, en el momento en que obligué a mi mujer a fotografiarme mientras pasaba este pelotón de robustos y fornidos soldados, solo tuve una mala mueca. Un mal gesto.
Hoy te voy a contar un poco de mi mili. Solo un poco, que sé que no mola escuchar las milis de nadie. Pesados son los que te las cuentan.
Batallitas varias.
Tengo muy buenos recuerdos de aquella época. Y muy buenos amigos.
Brindo por ellos.
Pero también tengo claro que si me llaman ahora, con 50 palos, les mando a pelar boniatos. Prefiero ir a la cárcel antes que barrer una puta carretera porque lo diga un tío con galones.
Barrer o lo que diga. No le haría ni puto caso.
He dicho
A mí, mi mili me gustó.
Pero seamos sinceros: te gusta porque tienes 18 años y el cerebro justo para no cagarte encima. Si lo piensas, es la mayor pérdida de tiempo después de ver crecer la hierba.
La mía fue en Ceuta, de agosto del 95 a mayo del 96.
Nueve meses, nueve.
El primer mes es la instrucción: aprender a desfilar. Algo tan fácil como poner un pie delante del otro. Desfilar es andar, no piden que sepas bailar como Billy Elliot. Pues no.
Siempre había algún patoso integral que no cogía el puto paso ni a la de tres. Esos que daban un braceo cada dos pasos o dos braceos cada paso. Inténtalo en tu casa si tienes cojones y échate una risas.
Si los quintos estuvieran más coordinados, la mili hubiera durado ocho meses.
En la mili aprendes poco,
pero hay dos cosas fundamentales: no ser voluntario para nada y ahorrar papel higiénico.
Lo segundo lo aprendes por las malas, el día que te toca limpiarte el ojete con un puñado de arena o con la cara suave de un ladrillo.
Y lo de no ser voluntario es una enseñanza que me ha servido toda la vida. Cuando un mando pedía algún voluntario, todo el regimiento desarrollaba una sordera selectiva y un interés repentino por sus botas. Mirada abajo y boquita cerrada.
Voluntario para no ser voluntario. Me presento
Con dos cojones.
Después de la instrucción, me mandaron a la K8, una batería en medio de un monte en Benzú, un barrio a las afueras de Ceuta, lindando con la "zona de nadie" entre Marruecos y España.
Nuestra misión: vigilarlo todo. TODO
La Zona de Nadie y el Estrecho. ¡Toma ya el papelón!
Cada vez que me tocaba guardia en esa valla, El Mogote se llamaba, se me ponía cara de imbécil. Una mezcla de risa y pavor.
No vigilabas que no se quemara la sopa o que no se escapase el gato, eso es para los delegados de clase. Vigilabas Europa, con dos cojones. Tú solo, armado pero con más miedo que Dios talento y menos preparación que un objetor de conciencia.
Y por la mañana,
a barrer carreteras montaña abajo y volver a subir.
Con la escoba y con la pala. ¡Que me den por culo si eso no es perder el tiempo!
A pesar de todo, me lo pasé bien.
Una grandísima experiencia.
Por los colegas.
Por las risas.
Por la puta inconsciencia de los 18.
Pero yo tenía otros planes.
Mientras barría carreteras y vigilaba continentes, solo pensaba en una cosa: comprarme una puta cámara de fotos y perderme por el mundo. Y en eso estoy.
La vida, al final, es lo que haces cuando dejas de cumplir las órdenes de otros.
Por cierto, en la foto salgo mal porque porque así es la fotografía de caprichosa.
Mal gesto inmortalizado.
Sigo siendo el tipo más guapo que conozco. Y punto.
Te saludo