Todos los días a las 4 y un domingo al mes

Yo tuve la genial idea de dejar de estudiar.

Y aunque mis planes eran otros, mi padre me puso a repartir pollos.

¡Toma ya! Trabajo familiar.

Levantarse a las 4 todos los días, más un domingo al mes, para ir a repartir pollos me gustaba tanto como que me hostiasen. Pues eso: que me hostiaban todos los días y un domingo al mes.

Luego vino la mili, que fue un respiro. Aunque eso, estimado lector, te lo contaré en otra ocasión.

¡Qué me follen dos veces si Dios ayuda al que madruga! Por los cojones. Está bien pensarlo, claro. Tener fe da alegría.Tener los pies en el suelo, muchas veces, solo te da ganas de cagarte en todo.Y yo me cagaba en todo a las cuatro de la mañana. Todos los días. Más un domingo al mes.

Y ahí estábamos: mi hermano Carlos y yo.En un camión lleno de pollos, con el único objetivo de vaciarlo.Pero aprendiendo.

No en un aula con treinta de tu edad, sino en la puta universidad que la calle te da.La del tráfico.La de los mercados.La de los precios.La de los atajos.La del tiempo.

Nos licenciamos en calle. Porque el que anda mucho, ve mucho.Y el que ve mucho, joder, aprende mucho.

Todos los días, a las ocho, y un domingo al mes, parábamos a almorzar.Un bocata de algo. Esa era la dieta.El asiento, una caja de pollos vacía, dada la vuelta.El restaurante, la puta calle.

Veíamos a la gente pasar.Y ellos a nosotros. Día tras día.Y esa puta rutina me obligó a mirar. A observar.

Si hoy en día hago fotos, es por haber tenido que madrugar.Así que, quizá, el puto refrán tenía algo de razón: que Dios ayuda, a su manera, a quien tiene que madrugar.

Hoy, estimado lector, acabo esta entrada con lágrimas en los ojos.Deja que me las seque y siga...

...porque siempre que me acuerdo de mi hermano, lloro.

Y no solo todos los días más un domingo al mes. Lloro todos los putos días.Y todos los domingos también.

Desde hace dos años y hasta que le vuelva a ver.

Te quiero, gordo.

Ahora, estimado lector, mira la foto y entiende por qué es una de mis favoritas.