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Perderse para encontrarse: lecciones de la calle


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Yo siempre he sido un pendón.

Y a mucha honra.


En casa se está bien.

Caliente.

Seguro.

Es una puta tumba con cojines donde te tocas los huevos a dos manos

y el mundo no te jode.


Pero en casa no pasa nada

La vida está en la puta calle.


Hay gente que paga una fortuna por no vivirla.

"Vacaciones", lo llaman.

Resort. Pulserita de plástico. Cócteles de colores en una piscina que apesta a cloro.

No son viajeros. Ni turistas.

Son comprapostales

Van a un sitio para poder decir que han estado.

Para no estar en él.


Yo no viajo. Yo ando.

Pago con suela de zapato y con trozos de alma.

Mis vacaciones son para perderme.

Y luego, si hay cojones, para intentar encontrar los pedazos.


A mí dame el olor a mercado y a meado en un callejón.

El tacto de una pared llena de carteles arrancados.

La sirena policial que se acerca.

Una discusión a tres ventanas de distancia.

El murmullo de gente que no conozco y que nunca más volveré a ver.


Idiotas paga-netflix!

La calle es gratis. Y es en directo.

Los vendedores ambulantes,

los que se comen la boca,

los que van y los que vienen


Son historias con patas.

Y una puta ley que no falla:

El que anda mucho, ve mucho

Y yo estoy ahí,

en medio,

robándoles un puto segundo.


Perderse.

Esa es la única puta clave.

Caminar hasta que el miedo te grite que des la vuelta.

Y entonces, y solo entonces, dar dos pasos más.

Ahí es cuando te encuentras con el animal que llevas dentro.


La vida no está en una pantalla ni en un folleto de agencia.

Está ahí fuera.

Esperando a partirte la cara.


Así que elige, cabrón.

O sales a por tu ración de hostias diarias

O te quedas en el sofá, muriéndote poco a poco.

mientras ves Telecinco


No hay más.

 
 
 

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