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Mi mochila, la suya y la puta madre que los parió

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AVISO A NAVEGANTES:

Lee, y lee bien. Si eres un puto ofendidito al que le molesta que se hable de sobrepeso, o si te sangran los oídos cuando alguien imita un acento, hazte un favor: lárgate a ver vídeos de gatitos en TikTok. No pasa nada, en serio.

Pero aquí no hay espacio para ti.


Y que quede claro: no soy yo el más indicado para hablar de dietas ni de moral. Esta es mi historia, y la cuento como me sale la punte del rifle.


Hay tres formas de perder el tiempo:

  • Telecinco.

  • Ver crecer las flores.

  • Hacer la mili.

La única diferencia es que la mili, con suerte, se acaba en nueve meses. Telecinco, en cambio, lleva desde los 90 taladrando cerebros. Si todavía tienes esa caja de ruido en casa, te lo digo ya: lánzala por la puta ventana.


Un paseo, dijeron. 40 kilómetros por los montes de Ceuta.

Con dos cojones.

Si nos descuidamos, acabamos pidiendo asilo en Camerún.


La ruta era sencilla de explicar:

20 kilómetros de ida, 20 de vuelta.

Un puto matadero con bonitas vistas al mar.


Diana a las siete. Un ruido con una energía similar a meter los huevos en un enchufe. Formación. Desayuno de mierda. Y luego, a asaltar la montaña.


La mochila cargada de gilipolleces.

Porque, claro, si no pesa como un muerto es de nenazas. Y el CETME al hombro, ese trozo de metal que pesa más que tus ganas de vivir.


Cantimplora llena, pero con una orden clara: ni se te ocurra beber como si tuvieras sed. Aquí se raciona.

Y el sol de Ceuta que te dice: "Hoy te jodes."


A los 300 metros, mi tragedia:

"¡Mi zagento, que no puedo máh!"

Un compañero. Un chaval que se había pasado la vida hinchándose a pan hasta convertirse en un croissant con patas. (Si te ha ofendido vuelve al aviso del principio).

Y el sargento, con su radar para detectar pringados, me mira:"Marina, usted. Llévele el equipo."

La puta que lo parió. Al sargento y al zampadonuts.

Ahí estaba yo, con mi mochila, el CETME y ahora los carbohidratos del croissant. Intenté razonar:

"Mi Sargento, si todos decimos que no podemos más, la puta marcha se acaba. Y todos pa' casa."

Un par de risas nerviosas. Ninguna era suya.

Su respuesta fue el silencio. Más jodido que un grito.

Miré al gordito y le solté:"Si esto nos pilla en época de Franco, te fusilan por blandengue."

Resultado: mi mochila en la espalda y la del colega reventándome el pecho. Cinco kilómetros cuesta arriba, sin agua y con la sensación de que la vida no vale nada.

Después de eso, al croissant le tocó cargar su mochila. Yo ya había aprendido la lección:Aquí no manda la razón. Manda el que tiene los galones.

Paramos seis o siete veces, no lo recuerdo. Tocamos un árbol solitario que marcaba el final de la ruta y nos dimos la vuelta.

Otros 20 kilómetros para volver al mismo puto lugar de donde salimos.

Algunos cantaban. Otros, como yo, solo repetían en susurros:"Me cago en mi puta vida."

Llegamos de noche, arrastrando los pies.

Una cena fría: pan con algo.

Algunos se ducharon. Otros, y pa´que me entiendas, unos guarros

A las once, retreta.

La última formación del día.

El sargento nos dio las buenas noches y rezó el Jesusito de mi vida.

Luego, silencio. Solo el eco de nuestros pasos y el peso de un día que no queríamos repetir.

Me gusta andar. Pero 40 kilómetros cargado como un burro es como para preferir ver crecer las flores en Telecinco.


Pero he de reconocer que al fin y al cabo, no me lo pase tan mal, y tengo fotos!

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