La Puta Iveco blanca Abollá
- Miguelitor

- 21 ago
- 2 Min. de lectura

Hay tres tipos de curros en esta puta vida.
Los que te engañan con el sueldo pero te dejan hacer lo que te sale de los cojones.
Los que te pagan de puta madre pero te roban el alma a cucharadas.
Y luego está la tercera categoría.
Los que te joden por todos lados: en el curro y en la pasta.
Levanta la mano, Miguelitor.
Yo fui furgonetero.
Un curro de esos que te exprimen mucho, mal y con prisas. Pero cuando llega el sobre, lo que encuentras es poco, en negro y, por supuesto, sin prisa.
Qué irónico esto de las prisas: lo que a ti te urja, a mí me la suda.
¿Me vieron cara de gilipollas? Puede ser.
Algún día te contaré por qué dejé Inglaterra, donde tenía algún que otro sueño, para acabar en Ciempozuelos. Quizá quien me contrató tenía razón: no solo tenía cara de gilipollas, sino que, efectivamente, lo era.
Trabajar de furgonetero me enseñó muchas cosas. Aunque, si hablamos de satisfacción, ir a currar era como desayunar dos patadas en los huevos, seguidas, una detrás de otra.
¡Pim, pam!
Vida mal pagá. Furgoneta blanca, Iveco, abollá.
Como una lata de cerveza vacía que aplastas , pero sigue queriendo más.
Golpes, mierda, kilómetros y averías.
Y pocas ganas de soñar, al final del día
Repartía neumáticos Pirelli. Y Pirelli me llamaban en cada taller.
Lo peor era que me gustaba. Me hacía gracia, hasta me sentía especial.
Adoptar el apodo como un título de nobleza… eso no es solo perder. Es cavar tu propia tumba emocional con una puta pala de plástico.
Cuando empiezas a encontrar satisfacción en semejante gilipollez, es que tu vida no va mal. Va peor.
Pero también era la máscara perfecta.
Ser "el Pirelli" significaba no ser nadie.
Invisible.
Un uniforme sin uniforme.
Nadie veía al tipo, solo la puta función. Yo era un engranaje de mierda en un sistema oxidado.
Y el sistema era Madrid. De punta a punta. Todo para mí.
Pero las ruedas tienen algo bueno: ruedan.
Llegabas, abrías el portón, les dabas una patada y se iban solitas por el taller. Física pura.
Poesía de la eficiencia.
La furgoneta abollá me dio algo más que libertad.
Cuando conduces una mierda con ruedas, le pierdes el miedo a los golpes. Y cuando le pierdes el miedo a los golpes, te conviertes en el puto amo de la calle.
Ni taxistas, ni autobuseros, ni policía municipal. El rey del asfalto es un furgonetero con una Iveco oxidá
Y, entre golpe y golpe, aprendes a observar.
No hablo de mirar por mirar.
Hablo de fijarte de verdad.
Decenas de kilómetros al día por Madrid capital.
Eso es sentir hasta cuando la ciudad va a respirar
La fotografía de verdad no se aprende en un aula aséptica.
Se aprende en la calle, con el ruido, con la prisa, con el caos.
Se aprende cuando lo único que importa es llegar, soltar la rueda, dar la patada y seguir. Ahí está la lección.
En el movimiento.
En la rutina.
En el cansancio que afila los sentidos.
Pues eso, que ser furgonetero también me hizo fotógrafo
Esa Iveco blanca, to abollá
esa mierda de curro y escaso sobre salarial
esos kilómetros y Pirelli
También me enseñaron a observar







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