La miseria convertida en maña
- Miguelitor

- 1 nov
- 2 Min. de lectura

Nunca supe lo que era ahorrar.
He sido un puto gastón toda mi vida.
El dinero me ha quemado en el bolsillo.
Lo que entraba, salía.
Siempre para joderme.
Ni un puto duro en crecer. Todo en hundirme.
Me he arruinado. Varias veces.
La última, con la pandemia. Pero esa fue fácil. Mal de muchos.
La que me tatuó el alma fue otra.
Mallorca. 2003.
Dejé una mierda de curro conduciendo una furgoneta.
Dejé a la que yo creía el amor de mi vida, y que resultó ser el ocio de otros.
Y aterricé en la isla con lo puesto y dos cojones.
El dinero se iba en porros y birras.
Ni un museo. Ni una mierda.
Solo goma de fumar y barra de bar.
Hasta que llegó el día.
Veinte putos euros en el bolsillo.
Eso era todo lo que quedaba entre mi boca y la puta nada.
Estábamos en la barra. Toda la peña.
La ronda eran dieciséis pavos.
Y los pagué.
Me quedaban cuatro euros.
Y un mes por delante.
Ahí.
Justo ahí.
Cuando el precipicio te está lamiendo los talones, es cuando aprendes a volar. O a matar.
Yo quería seguir.
Seguir bebiendo.
Seguir fumando.
Y, sobre todo, seguir bailando con las mujeres de otros.
La caja estaba vacía.
Pero yo no.
Tenía labia.
Tenía cara.
Tenía el puto don de gustarle a la gente con pasta.
Los guiris.
Ellos tenían el dinero. Yo tenía la llave de su puta diversión.
Fui directo al dueño del bar.
El trato es este, cabrón.
Yo te lleno el garito de guiris con la cartera caliente.
Ellos pagan.
Y a mí no me cobras ni una puta gota.
Que la necesidad no te hace más listo.
Te hace más cabrón.
Y ser un cabrón es lo único que te mantiene vivo cuando la bondad es un lujo que no te puedes pagar.
Te quita las gilipolleces y te deja con lo único que importa: SOBREVIVIR.
Si para eso tienes que venderle tu sed al diablo a cambio de una puta cerveza, la vendes.
Y luego le pides otra.
Mirándole a los ojos.







Comentarios