Crónica de un disparo a quemarropa
- Miguelitor

- 31 ago
- 3 Min. de lectura

Di mi primer beso en la discoteca Cristal de Pinto.
O el primero de los cuatro que de verdad importan.
Faltó uno para el quinto, pero esa historia nunca te la contaré.
Te jodes.
Se llamaba Rocío. Pelo moreno.
Ella a punto de cumplir quince. Yo, con catorce recién estrenados.
El 98% de los adolescentes son gilipollas. No hay generación que se salve.
Sonaba Tam Tam Go.
Una puta canción de mierda sobre cruzar un río sin dinero.
Pero nuestro baile era peor.
El baile del pistolero.
Pies quietos. Brazos al cinto. Y desenfundar pistolas invisibles al ritmo de un tambor que solo existía en tu cabeza.
Pero seamos honestos: no había huevos a bailar solo.
Sacabas las pistolas solo si tus amigos las sacaban contigo. Pura cobardía de manada.
Y ahí estábamos, tres gilipollas disparando a fantasmas en la pista.
Entonces, viene una chica. No Rocío.
Su amiga.
Y se pone a hablar con mi colega David.
Le miramos. Todos. La sentencia es unánime.
"Se ha fijado en ti, hijo de puta. Qué suerte", le decimos.
El cabrón casi se pavonea.
Es el puto rey de la noche.
Cinco minutos después, David vuelve. Pero no viene celebrando.
Viene con la cara cambiada. Como el que trae malas noticias.
Me mira.
"No era para mí... Es para ti. Su amiga. Quiere rollo."
¡Rollo!
Maldita. Puta. Y fea. Palabra de mierda.
Pánico.
El puto pánico que viene después del shock.
"¿Qué hago?"
"Vete a lo oscuro", me dice el salao.
"¿Y qué cojones hago en lo oscuro?"
"La morreas".
¡Morrear!
Maldita. Puta. Y fea palabra. Número dos.
Estaba muy lejos de saber "morrear" y con cincuenta palos que tengo, sigo sin tenerlo claro.
"¿Cómo?"
"Abres la boca, sacas la lengua y cierras los ojos".
El mejor puto consejo que me han dado en la vida.
Allí estaba Rocío. Esperando.
Hablamos quince segundos. No sé de qué.
De ná.
La invité a lo oscuro, siguiendo el plan.
Ya era todo oscuro.
Y entonces... silencio.
Cinco minutos. Los más largos de mi puta vida.
Yo mirando las luces. Ella mirándome a mí.
Acojonado.
No sabía qué hacer ni cómo.
Hasta que ella, harta de esperar, soltó la bala:
"¿Me vas a dar un beso o qué?"
Y me lancé.
Como Santillana a rematar un córner.
A machacar la red. Brusco. Sin miramientos.
Con dos cojones.
Al acabar, solo se me ocurrió preguntar la cosa más estúpida del mundo.
"¿Te ha gustado?"
¡Imbécil!
"Algo más suave", dijo.
Hostia de realidad.
Ese día aprendí a no preguntar si no estás preparado para la puta respuesta.
Me enamoré, claro. Blandengue de corazón.
La vi tres semanas.
Nuestro ritual: yo bailaba el baile del pistolero con mis amigos, y luego nos íbamos cinco minutos a lo oscuro a que ella me enseñara a besar.
No le volví a preguntar.
Soy de los que aprenden a hostias
Hasta que un fin de semana, me esperaba con otro.
Más alto. Más fuerte. Más mayor. Más besucón. Supongo
"Soy Luis. La Rocí ahora es mi novia. No quiero malos rollos"."Adiós, Miguel", dijo ella.
Me di la vuelta.
No dije nada.
Y bajé a la pista a pasarme la noche entera sacando las pistolas de la cartuchera.
Disparando a todo.
Y a nada.
Pues también esta experiencia me ha hecho fotógrafo.
Me imagino la escena.
A ella en lo oscuro, dándose todo el palizal, mis amigos bailando con sus air pistols y yo en medio, queriéndome morir.







Comentarios