top of page

1984: El año en que mi hermana nació y mi casa se convirtió en un puto concierto de grillos


ree

Finales de abril del 84.


Mi madre iba a traer al mundo a mi hermana Pilar. Estaba en el hospital.

Mi abuela Juani cuidaba de nosotros.

Que éramos unos putos cabrones.


Me crié en la calle Postas.

Y criarse ahí te convalida hasta cuarto de comunicación visual.

Estábamos todo el puto día en la calle.

De risas y hostias.

Como tienen que estar los niños.


Era primavera.

Pero primavera de pueblo: campos, flores, espárragos, bichos y niños sueltos.

A la puta vuelta de nuestros pisos se acababa el mundo.

O empezaba, según lo mires.


Íbamos a coger grillos cantarines.


Si te has criado en una ciudad, sabrás lo mismo de grillos que de costumbres esquimales.

Te jodes.

Haber nacido en otro lugar.


Las hembras tienen tres rabos, los machos dos.

Yo uno.

Son los machos los que cantan.

Cantamañanas.


El caso es que, por temporada, cogíamos grillos.

Para sacarlos, tienes que echar agua en su madriguera.

O mear.


Y aquí no se trataba de tener ganas.

Cuando te tocaba, tenías que mear. Se esperase lo que se esperase.

Ahí estabas, con el cipotillo en la mano, rezando al puto dios de la orina para que saliera el chorro mientras tus amigos te miraban fijamente.


Eso es presión.

Y no la mierda esa de hablar en público.


Cuando el grillo sentía la caliente ducha amarilla, salía disparado.

Ahí, las manos de todos se lanzaban a por él, tocando sin asco el meadillo.

Ni vacunas ni hostias.

Nunca nos poníamos malos.


Ese día cogimos decenas.

Y como mi madre no estaba, los llevamos a casa.

Con dos cojones.

Los metimos en un cubo con hierba en la terraza. Tapado con un cartón.

Éramos listos. O eso creíamos.


Por la noche, fuimos a la terraza y quitamos el cartón.

Derecho a respirar mejor.


Al principio, silencio.

Luego, el éxodo.

Una puta plaga bíblica en miniatura.

No se quedaron en la terraza, no.

Se colaron por la puerta abierta del salón.


Y ahí, el ruido se convirtió en pesadilla.

Ya no era un coro.

Era una puta sinfonía del infierno.

El sonido no venía de un cubo. Venía de las paredes. De debajo del sofá. De detrás de las putas cortinas.


No sabes lo que es cazar cien grillos en un salón a oscuras, a gatas, mientras tu abuela se caga en la puta.

Es divertido, aunque te quita el sueño.

Por cada uno que cogías, otros diez empezaban a cantar en un sitio nuevo.

Era una puta guerra perdida.


Esa puta noche aprendí una de las lecciones más importantes de mi vida.

Porque la vida, como la fotografía, como coger grillos, va de provocar.

Va de dejar de ser un puto espectador invisible y obligar a la historia a salir de su agujero.

Mirar desde lejos es para cobardes.

Un tío con cojones mea enfrente de otros diez que le miran.


Pero toda provocación tiene una consecuencia.

Y la mía fue una puta noche en vela, el sonido de cien grillos taladrándome el cerebro, el miedo a la zapatilla de mi abuela... y la puta risa.


Esa es la foto.

El caos que desatas cuando dejas de esperar y empiezas a provocar.

 
 
 

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page